
El pasado 16 de septiembre falleció Robert Redford, uno de los actores más carismáticos y elegantes de Hollywood. Con él desaparece no solo una estrella del cine clásico, sino también el rostro que encarnó como nadie la figura del timador seductor, capaz de arrastrar al público en su juego. Entre todas sus películas, quizá ninguna lo represente mejor que El golpe (1973), dirigida por George Roy Hill y coprotagonizada junto a Paul Newman. Con motivo de su muerte, he pensado que es una buena ocasión recuperar la historia de cómo se gestó este clásico del cine de engaños.
De nuevo, el “trío de ases”
Todo comenzó con un joven guionista de 27 años, David S. Ward, que acababa de salir de UCLA. Fascinado por las historias de estafadores en la América de la Depresión, Ward escribió un guion lleno de giros, engaños y sorpresas. Nadie imaginaba que aquel debutante lograría el Oscar al mejor guion original.
El libreto llegó a las manos de George Roy Hill, que venía de triunfar con Dos hombres y un destino (1969). El director vio de inmediato el potencial de la historia: un relato vibrante, dividido en capítulos, al estilo de los folletines de los años 30, en el que dos timadores unían fuerzas para vengar la muerte de un amigo. La productora Universal estaba muy interesada en repetir la fórmula de éxito de Dos hombres y un destino: Newman y Redford, en el reparto, y Hill, en la dirección. El reencuentro del “trío de ases”.
Pero no todo fue fácil. Al principio, el estudio dudó: incluso se barajó a Jack Nicholson como protagonista. Pero la química entre Newman y Redford era demasiado valiosa como para dejarla escapar. Finalmente, ambos aceptaron, aunque sus trayectorias atravesaban momentos distintos: Newman vivía un ligero bache, mientras Redford se consolidaba como nuevo ídolo en el star system, gracias a Las aventuras de Jeremiah Johnson y El candidato.
Para el papel del villano, Doyle Lonnegan, se eligió a Robert Shaw. Su presencia imponente resultaba perfecta, aunque un accidente le obligó a rodar con una leve cojera, lo que añadió un rasgo distintivo a su personaje.
Rodaje, estética y música: el arte del engaño
El rodaje se llevó a cabo en apenas dos meses, en localizaciones de Chicago y en los estudios de la Universal. El director de fotografía Robert Surtees recreó con gran habilidad el ambiente de los años 30, empleando tonos sepia y una iluminación que evocaba las viejas fotografías de la época. Los decorados y vestuarios reforzaban esa atmósfera nostálgica, trasladando al espectador a la América de la Gran Depresión.
Uno de los mayores aciertos fue la banda sonora. George Roy Hill decidió utilizar piezas de ragtime de Scott Joplin, un compositor que había caído en el olvido. El músico Marvin Hamlisch adaptó sus partituras con tal frescura que la película desató una auténtica “Joplin-manía”, devolviendo el ragtime al gran público. El célebre tema The Entertainer se convirtió en un éxito radiofónico mundial.

Otro rasgo distintivo fue la división de la película en capítulos, introducidos con ilustraciones que imitaban las tiras cómicas de la época. Este recurso no solo daba ritmo narrativo, sino que reforzaba la sensación de estar asistiendo a un espectáculo de entretenimiento clásico, en el que el humor, la intriga y la complicidad con el espectador se mezclaban con naturalidad.
Estreno, éxito y legado
Cuando El golpe se estrenó en diciembre de 1973, el éxito fue inmediato. El público se rindió a la picardía de Newman y Redford, y la crítica elogió tanto la dirección de Hill como la solidez del guion. En los Oscar de 1974, la película arrasó con siete estatuillas, incluida la de mejor película, mejor director y mejor guion original.
Más allá de los premios, El golpe se convirtió en un modelo de cine de entretenimiento inteligente, capaz de atrapar al espectador con un truco tras otro, sin perder la sonrisa. Para Newman y Redford supuso la consolidación de una de las parejas más recordadas de Hollywood. Y para George Roy Hill, significó alcanzar la cima de su carrera.
Hoy, tras la muerte de Robert Redford, El golpe se contempla como un homenaje nostálgico a su arte interpretativo. Su sonrisa traviesa, su mirada limpia y su forma de engañar con encanto siguen siendo inolvidables. Redford nos enseñó que el cine, como el buen timo, consiste en saber seducir y sorprender. Y esa es la huella que deja en la historia del séptimo arte.